Esta es una grabación completa de una radio Argentina del recital que tuve el placer de presenciar. El sonido es bueno y viene acompañado de los relatos del locutor que comienzan así:
Jueves 7 de marzo de 2002, 20:30 horas. Autopista 25 de Mayo salida Alvarez Jonte embotellada. La avenida Juan B. Justo era un infierno de autos que transitaban a paso de hombre. 45.000 personas luego de una jornada de trabajo intentaban llegar puntuales a uno de los recitales más esperados, pero parecía imposible. Roger Waters en la Argentina y Gem 101.5 estaba ahí.
Review:
A las 20.30, hora de comienzo del recital, se pidió disculpas al público y se avisó que se iba a tener una tolerancia de ¡15 minutos! porque la congestión del tránsito retrasaba la llegada de buena parte del público al estadio. A las 20.45 en punto estallaron los acordes de In the Flesh y los fuegos artificiales, y apareció Roger Waters, vestido de negro, sereno y concentrado, para hacer lo suyo con un grupo impecable. No habló con el público, fuera de algún que otro thank you o muchas gracias. Sólo al final de la primera parte dijo sobriamente que estaba contento de estar ahí, y que se haría un intervalo de veinte minutos. Eso fue todo, y no hacía falta otra cosa. Así que empezamos bien.
El sonido fue otra muestra de respeto por el público, y al que lo calculó y manejó habría que nominarlo para el Premio Nobel de Física. No fue, como se dijo en algunos medios, “cuadrafónico” (estrictamente hablando, por lo menos) sino que (como bien señaló Adriana Franco del Diario La Nación) se dispusieron cinco torres surround. Por supuesto que los que estuvimos en el campo en los primeros lugares quedamos congelados (o hirviendo, según se quiera) con la ambientación, efectos y presencia ubicua de la música. Pero lo que es de destacar, es que los que estában en las plateas altas no tuvieron nada que extrañar: la música del escenario se escuchaba nítida, también la que se emitía desde la quinta columna dispuesta en el otro extremo del estadio; y las otras columnas, dispuestas hacia el campo, tenían detrás unas bocinas apuntadas hacia el otro lado, hacia las plateas, que hicieron que todos los efectos, tan característicos de las composiciones de Waters, estuvieran perfectamente incorporados a la música. No es que esto no se haga en otros shows. Pero el sonido que sale del escenario, en semejante distancia, tarda un momento en llegar al espectador, de modo que lo que sale de la torre que está al lado de la platea en la que uno se encuentra, debe ser “atrasado” un segundo en su emisión, o se arma un verdadero pandemónium: ruido y confusión. Bueno, fue perfecto, y todos escuchamos lo mejor que se podía escuchar desde cada lugar.
En el fondo del escenario había una pantalla gigante que fue mostrando, según los temas que se ejecutaban, escenas de The Wall, de El lado oscuro de la luna, y diversas imágenes de la iconografía característica de Pink Floyd. A ambos lados del escenario, dos pantallas menores, pero suficientemente grandes, mostraban a los músicos haciendo su trabajo. Pero aquí apareció también la terca constancia de Roger Waters: durante todo el espectáculo, en la pantalla gigante, fueron apareciendo figuras “psicodélicas”, “lisérgicas”, propias de la década del sesenta, que fue el nacimiento de la inspiración de Waters. A mi izquierda había un grupo de cincuentones y cincuentonas que estaban fascinados. A mi derecha, chicos de veinte años. “Raro pero lindo”, sentenció uno.
También el orden de los temas, en los que se fue evocando la discografía de Pink Floyd alternada con la producción solista de Waters, fue sorprendente. Roger Waters le da al público lo que el público espera, pero también le da lo que él quiere, y sin previo aviso. Comenzó con lo que todos queríamos y esperábamos: In the Flesh; luego, siguiendo con The Wall: The happiest days of our lives, Another brick in the wall y Mother. Pero inmediatamente apareció otra vez el coraje de Roger Waters, al enganchar directamente con Quita tus asquerosas manos de mi desierto y Southampton Dock, dos temas del último disco que editó con Pink Floyd antes de su separación: The Final Cut. El disco tiene como subtítulo: Requiem para el sueño de postguerra y está dedicado: a Eric Fletcher Waters 1913-1944. En efecto, el padre de Roger Waters, maestro (profundamente cristiano, según definición de su hijo), murió el 16 de febrero de 1944 bajo fuego alemán en Italia, en Anzio, donde estaba acantonada la Real Compañía C de Fusileros, a la que él pertenecía. Roger hijo era sólo un bebé; tenía cinco meses. Las consecuencias emocionales para el músico fueron gravísimas, y el asunto se transformó en una obsesión: la de no entender el por qué de esa ausencia y el hecho de que la guerra fuera un motivo suficiente de explicación. Esto está reflejado en varias partes de la obra The Wall (incluso en la película que hizo luego Alan Parker se agrega una estrofa más explícita que no está en el disco), pero especialmente en el tema Trae a los chicos a casa (se refiere obviamente a los soldados), del que Waters ha dicho que es el centro de The Wall (y no es imposible sentirlo así durante la interpretación). Trae a los chicos a casa está precedido por una canción breve que es a la vez un sarcasmo estremecedor y un conmovedor reclamo: ¿Alguien aquí se acuerda de Vera Lynn? / ¿Recuerdas que dijo que nos volveríamos a encontrar / algún día soleado? / ¡Vera! ¡Vera! / ¿Qué ha sido de ti? / ¿Alguien más aquí siente lo mismo que yo? Vera Lynn, “La Novia de las Fuerzas Armadas” (Forces Sweetheart), fue en efecto una cantante que, durante la Segunda Guerra, trataba de alentar a los soldados con sus melodías y también con su belleza física. Uno de sus temas más populares, Nos volveremos a ver (We’ll Meet Again), dice así: Nos volveremos a encontrar / no sé dónde / no sé cuándo / pero sé / que nos volveremos a encontrar / algún día soleado (some sunny day). Y más adelante dice: Hasta que los cielos azules / hagan que las oscuras nubes / se vayan lejos. Y Waters, en The Wall, después de cantar la muerte de su padre y los miedos que expone ante su madre (Madre, ¿crees que tirarán la bomba?), canta Adiós Cielo Azul. En fin, toda una manera de entender con decepción y desconcierto la forma en que la sociedad en la que murió su padre comprendía la guerra. Es a la luz de esto (y de muchas otras cosas semejantes que no se pueden referir aquí) que hay que entender lo que significa para Roger Waters la proximidad de la guerra. El Corte Final es un disco que se editó en 1983, inmediatamente después de los episodios del Atlántico Sur. Evoca y critica distintos aspectos de cualquier guerra, pero tiene temas que son referencias explícitas al conflicto de Malvinas. Quita tus asquerosas manos de mi desierto es una de ellas, y nombra a Galtieri y a Margaret Thatcher (Maggie), y ya el título mismo es una ironía y un reproche para ambos. Waters tuvo problemas con cosas que dijo o escribió acerca de este asunto, pero hay que decir que fue perfectamente equidistante con Inglaterra y Argentina, Thatcher y Galtieri, al expresar sus críticas. Y si bien la canción conserva esa equidistancia, hay que ser muy firme y coherente para ser inglés y cantar eso aquí. Bueno, el público, fuera de los previsibles silbidos al nombre de Galtieri, escuchó respetuosamente, mientras veía pasar por la pantalla gigante imágenes de cementerios rojos y filas infinitas de cruces y de tumbas, además del clásico muro con la leyenda bring the boys back home (trae a los chicos de vuelta a casa). Dicho sea de paso: muchos recordamos en ese momento lo especialmente conmovedora que fue esa escena cuando The Wall se representó en Berlín, en la Postdamer Platz, para celebrar la caída del Muro de Berlín, al que levantaron de nuevo y tiraron abajo durante el show. (Otra vez: hay que ser muy respetable y tener toda una trayectoria para ser elegido, ¡siendo británico!, por las “dos” Alemanias para dirigir la celebración nada menos que de la caída del Muro. Además, hay que tener una profunda convicción en lo que se hace para ir a ofrecerlo, aunque sea en un contexto de paz y progreso espiritual, al pueblo cuyo ejército lo dejó a uno sin padre).
Luego siguieron dos temas del disco Animals (“tan tediosos como en el original”, dijo un comentarista con mucha información pero nada de oído). En realidad fueron dos de las piezas mejor ejecutadas de todo el concierto, lo cual es mucho decir dada la perfección general de todas las ejecuciones. Los ladridos de los perros de Dogs recorriendo el estadio fueron un alarde de sincronización. Y al público se lo veía suspendido, atento y fascinado.
Después se levantaron (nos levantamos) todos de golpe en una ovación inevitable al escuchar los primeros acordes de Shine on you crazy diamond, que todo el estadio cantó. Después vino Welcome to the Machine, quizás la pieza mejor cantada por Waters en toda la noche. Otra cosa para destacar: cuidó la voz. Está pisando los sesenta años; no hizo tonterías, y se dejó apoyar por algunos de sus compañeros en varios temas, y por tres mujeres que reforzaron magníficamente muchos de los temas, recurso este que ya Pink Floyd utilizó en discos y recitales. Pero es curioso: Roger Waters, decididamente, no es una gran voz. Y sin embargo... Quizás lo que mejor se pueda decir es que tiene una voz con la que representa lo que está cantando; como si su voz fuera un actor convincente en su interpretación de un personaje. Puede susurrar y sonar tierno, o irónico, o psicópata. Sobre todo, sabe ser desgarrador. Es una voz con “gestos”. Hablando de gestos, es notable lo que él, que casi no se mueve en el escenario, puede hacer con gestos. Un “fan” exaltado (por la emoción, el alcohol, o cualquier otra cosa) que se llegó al pie del escenario, se puso a gritarle su adhesión incondicional. Waters, mientras cantaba, y antes de que los de seguridad lo sacaran de los pelos, simplemente se llevó el dedo a los labios y el individuo quedó paralizado. Al terminar la canción, Waters le dirigió un gesto de disculpas. Todo bien. Otra cosa: hay ovaciones, silbidos y “cantitos” internacionales. Pero el característico argentino, de cancha, oooooóóóoooo, parece que Roger Waters no lo conocía, y que le gustó. Así que, en un momento, se quedó mirando al público, y sin decir una sola palabra, con su mano izquierda aferrada al mástil de su bajo y su mano derecha en el pecho, comenzó a balancearse hacia un lado y hacia el otro con el ritmo del “cantito”, como diciendo “¿a ver cómo es eso?”. Y todo el estadio le dio el oooooóóóoooo. Waters sonrió y siguió el show sin perder más tiempo. Sabe lo que hace.
Y ya terminando la primera parte del show, todo el estadio volvió a ponerse de pie (y algunos a prender sus encendedores) para acompañar a Waters en la conmovedora balada Wish you were here, a la que siguió la segunda parte de Shine on you crazy diamond. Y nuevamente la insistencia de Waters con lo suyo: en la pantalla gigante se fue acercando el rostro de Keith “Syd” Barrett mientras se entonaban estas canciones. Es interesante que Roger Waters, que fue el principal compositor dentro de la banda Pink Floyd, nunca haya podido olvidar al inspirador de la primera (y breve) etapa del grupo: el alucinado Syd Barrett, compositor de todo el primer álbum, Piper at the gates of dawn. Barrett, arrasado por las drogas, la esquizofrenia, su propia pasión y vaya uno a saber qué otras cosas, se fue alejando. Y bien: “brilla diamante”, “quisiera que estuvieras aquí”... Toda una evocación, después de más de treinta años que no opacan el homenaje constante de Roger hacia Syd.
Después de los veinte minutos de intervalo, otra sorpresa al iniciarse la segunda parte: en vez de empezar con algún tema famoso que excitara al público, se retomó el concierto con Set the controls for the heart of the sun, un tema de Waters ¡de 1968!, que pertenece al segundo disco de Pink Floyd (A saucerful of secrets) en el que Syd Barrett todavía hizo algunas apariciones, como en Set the controls, donde toca la guitarra. Waters seguía con lo suyo, pero a su modo: el tema estuvo extraordinariamente interpretado, además de mostrar la virtud de un clásico: actualidad.
A partir de aquí, dos extremos: primero, todo el mundo exaltado con temas de El lado oscuro de la luna. Pero después comenzó la ejecución de partes del disco solista de Roger Waters Amused to death, de 1992, uno de cuyos temas recurrentes es el aburrimiento; el aburrimiento por el constante “más de lo mismo” que permanentemente muestra el mundo, sobre todo a través de la televisión. Y es un disco en el que, deliberadamente, la forma tiene que ver con el contenido: Waters, muchas veces, más bien habla que canta, interminablemente, mientras un corito de mujeres va repitiendo algún estribillo. Es un trabajo excelente, pero de esos que hay que estar dispuesto a escuchar. Ahora bien, Waters es terco, serio y constante, pero no tonto: inmediatamente después de los temas de Amused to death, ante los primeros acordes de Daño cerebral, otra vez todo el estadio se puso de pie con esa vuelta a El lado oscuro de la luna, que siguió luego con Eclipse, tal como en el disco, para terminar el show con una hermosa interpretación, retornando a The Wall, de Comfortably Numb.
Los músicos saludaron y se fueron. Obviamente, nadie se movió: oooooóóóoooo, chiflidos, aplausos, y bis. Entonces Roger Waters interpretó sólo un tema: Each small candle, una canción nueva muy impresionante, basada, en su primera parte (casi literalmente), en un texto escrito por un latinoamericano encarcelado y torturado, que le fue acercado a Waters por un periodista italiano hace ya algún tiempo. La segunda parte de la canción está basada en un artículo del The London Times, que describe la situación de un soldado serbio que deja su pelotón para auxiliar a una mujer albanesa a la que ve en llamas. Los derechos de esta canción fueron cedidos por Roger Waters a Amnesty International. Durante la ejecución, en la pantalla gigante, aparecía la vela “logo” de Amnesty, sobre la que se iba pasando la letra de la canción. El estribillo dice: cada pequeña vela ilumina un rincón de la oscuridad. Waters, en una declaración a El Mercurio del 5 de noviembre de 1999, había dicho: Trata sobre la idea de que la responsabilidad personal puede potenciar acciones colectivas, en el sentido de que sólo podemos cambiarnos a cada uno de nosotros mismos, pero que a través de cambios individuales sucede algo mágico. Y, una vez más, bastó un pequeño gesto de Roger: sacó y prendió su encendedor, y el estadio se transformó en una Vigilia Pascual. Los músicos saludaron nuevamente y se fueron. Ya no había bis posible: se había dicho todo lo que se tenía que decir. Eran las 23.45 en punto.
Todos los medios hablaron de la fabulosa tormenta eléctrica que derrochó relámpagos que cruzaban todo el cielo desde el oeste hasta el este, y que por momentos parecían parte de los efectos del show. Todos tuvimos la convicción de que, en cualquier momento, nos deshilacharíamos bajo una lluvia torrencial. No pasó de unas pocas gotas. Uno dijo, mientras se desconcentraba el estadio: es que a la Virgen de Luján le gusta Roger Waters.
Por último: es cierto que las cantantes, que en general se desempeñaron muy bien, tuvieron algún momento menor. Es cierto también que los tres guitarristas, excelentes, que tuvieron momentos de actuación brillante, no suplantan todos juntos a David Gilmour, el guitarrista genial de Pink Floyd. Pero también es verdad que los mínimos desperfectos quedaron absolutamente disueltos dentro de la perfección general del show.
No fue sólo una evocación melancólica llena de emociones y de recuerdos, como dijo algún medio; fue un gran concierto actual. Lo estuvimos esperando durante décadas. Roger Waters vino, cantó, y se fue al otro día. Impecable.
Set list
All songs written by Roger Waters except as noted.
Set 1
1. "In The Flesh"
2. "The Happiest Days of Our Lives"
3. "Another Brick in the Wall, Pt 2"
4. "Mother"
5. "Get Your Filthy Hand Off My Desert"
6. "Southampton Dock"
7. "Pigs On The Wing, Pt 1"
8. "Dogs" (Gilmour/Waters)
9. "Shine On You Crazy Diamond I ~ V" (Gilmour/Waters/Wright)
10. "Welcome To The Machine"
11. "Wish You Were Here" (Gilmour/Waters)
12. "Shine On You Crazy Diamond VI ~ VII" † (Gilmour/Waters/Wright)
Set 2
1. "Set the Controls for the Heart of the Sun" *
2. "Breathe" (Gilmour/Waters/Wright)
3. "Time" (Gilmour/Mason/Waters/Wright)
4. "Money"
5. "5:06 AM (Every Strangers Eyes)"
6. "Perfect Sense, Pt 1"
7. "Perfect Sense, Pt 2"
8. "The Bravery Of Being Out of Range"
9. "It's A Miracle"
10. "Amused To Death"
11. "Brain Damage"
12. "Eclipse"
Encore
1. "Comfortably Numb" (Gilmour/Waters)
2. "Each Small Candle" (Waters/Rasmussen)
Artista: Roger Waters
Fecha: 7 de Marzo de 2002
Estadio: Velez Sarfield
País: Argentina
Formato: Mp3
Bitrate: 128 mbps.
Tamaño: 131 mb.
Sin pass